Gustavo Esteva
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Zapatistas
Necesitamos reconocer con entereza la gravedad de la situación. No caben exageraciones, pero tampoco disimulos que resten importancia al mal para alzarse discretamente de hombros y regresar sin preocupación a las actividades cotidianas. Es hora de actuar. Sólo con una movilización concertada y eficaz podemos evitar el desastre que nos amenaza.
En noviembre de 2007, Paz con Democracia, un grupo de pensadores independientes que no puede ser acusado de exaltación dogmática o partidaria y que destaca por la serenidad y solidez de sus juicios, advirtió que “México se encuentra en situación de emergencia”. Presentó numerosos hechos y argumentos para fundamentar la advertencia.
El tono de su nuevo llamado, el mes pasado, revela que su lectura de los signos que observan en nuestra realidad agravó su preocupación. Por la emergencia, señalaron, “es necesaria e impostergable la organización de comunidades autónomas en todo el país; comunidades cuyos miembros se autoidentifiquen y se autogobiernen democráticamente para la producción-intercambio-defensa de su alimentación, sus artículos de primera necesidad, su educación y concientización, con niños, mujeres, ancianos y hombres para la defensa de la vida, del patrimonio público, de los pueblos y de la nación, para la preservación del medio ambiente y el fortalecimiento de los espacios laicos y de los espacios de diálogo, que unen en medio de diferencias ideológicas y de valores compartidos”. Hay un claro sentido de urgencia en su llamado.
No lanzaron su mensaje al vacío. Contamos con fuerzas sociales activas y alertas que han demostrado su vitalidad y su capacidad de actuar en muy diversas ocasiones. Pero esas fuerzas han estado mostrando signos de aletargamiento. Ocupadas en la lucha por la supervivencia ante condiciones que forman parte de la emergencia nacional, o distraídas por disputas internas o querellas irrelevantes, no han estado manifestando una conciencia clara de la situación ni la disposición de ánimo que se requiere.
Una vez más, como antena sensible de lo que ocurre en México y en el mundo, los zapatistas se convierten en el punto de flexión. Esta vez no se trata de una nueva iniciativa movilizadora, como las que desde el primero de enero de 1994 han estado despertando al país. Se trata de una situación límite: las agresiones a las comunidades zapatistas, que no han cesado desde 1994, están llegando al punto en que no parece haber más opción que la resistencia armada.
Paz con Democracia, junto con un número significativo de organizaciones sociales y políticas, acaba de presentar una denuncia puntual de lo que está ocurriendo en Chiapas y formuló un llamado urgente. No podemos dejarlo pasar. No es un llamado más, en el desierto: es una exigencia imperativa para actuar.
Debería estar claro, para todos, que los zapatistas no podrán ser desalojados de sus tierras, de sus territorios, y que bajo ninguna circunstancia se rendirán.
Pero no lo está. Autoridades locales y federales podrían estar alentando ilusiones de que el relativo aislamiento de los zapatistas habría creado la oportunidad de deshacerse de ellos. Como dicen que dijo Talleyrand en situación análoga, es un crimen y además un error. Un error de cálculo semejante, cuando Ulises Ruiz pensó que el aislamiento de los maestros le permitiría reprimirlos sin consecuencias, estimuló la insurrección popular oaxaqueña. Reproducir ese error criminal en el caso de los zapatistas tendría consecuencias devastadoras. Necesitamos dejar clara constancia, sin reservas ni matices, de que los zapatistas no están solos. Lo empiezan a hacer numerosos grupos en una veintena de países. Debemos hacerlo más evidente en México.
Al mismo tiempo, hace falta concertarnos para la acción. Se multiplican las pruebas de que la ley o los derechos humanos no son referentes importantes para quienes ocupan actualmente las oficinas de gobierno, y que tampoco demuestran competencia política o sensatez en su obsesión por entregar el país a quienes presionan ya para la entrega de la mercancía.
Poco a poco, a lo largo y ancho del país, emergen las comunidades autónomas a las que se refirió Paz con Democracia. Se les encuentra a cada paso, en barrios y pueblos, en el México profundo. Pero no basta. Es preciso acelerar el paso y multiplicar las iniciativas públicas. Se necesitan diques de contención eficaces ante la ola irresponsable de decisiones e iniciativas que crearon la situación de emergencia y hoy nos acercan al despeñadero.
La guerra que está teniendo lugar no se concentra solamente en los zapatistas. Pero una variedad de factores y circunstancias los colocan nuevamente en el centro de la confrontación y asocian su destino con el del país. Sería suicida no tomarlo en cuenta.